En Bebejadid, la villa central de Túnez, Fatma Kasvoavi, enferma de hipertensión y con reuma en las rodillas, tuvo que sacar fuerza del corazón para buscar pistas de su hijo Hajer Ayachi.
Un indicio la llevó a otro.A la desesperación de no tener ayuda y luego a la a fundar la Organización de Migrantes Desaparecidos a su país y de ahí a México.
Fatma y otras mujeres viajaron a este país con la esperanza de aprender de madres mexicanas y centroamericanas algunas técnicas de búsqueda y presión ante el muro de la indiferencia de los países de origen y de acogida, allá en el Mediterráneo, donde se calcula que hay 7,000 desaparecidos.
Hajer Ayachi salió de Túnez el 4 de marzo de 2011, durante el éxodo de 42,000 personas (la mitad jóvenes desempleados) que provocó la revolución del país tras la salida del ex presidente Zine Abidine Ben Alí. Su objetivo era, igual que el de Mohamed Jamel, hijo de Ink Soltani, era llegar a Europa.
“Nuestros hijos eran amigos, viajaban juntos y, cuando desaparecieron, nosotras comenzamos a buscarlos juntas”, dijo Fatma en entrevista con este diario. “En ese tiempo no sabíamos que había tantos de desaparecidos en el mundo”.
Al inicio de sus indagatorias, estas amas de casa no sabían ni por dónde empezar. Buscaron en internet y ahí vieron a sus hijos en un video llegando a Italia. Desde entonces no sabemos nada”, precisa Ink. Algunos barcos se hundieron, otros fueron rescatados.
El gobierno italiano asegura que 1,500 cruzaron el mal mediterráneo, pero no ha querido reconocer cuántos murieron ahogados, cuántos detuvo, cuántos están en proceso de deportación o de asilo. Italia es uno de los países que multa con cárcel a quién ayude el traslado de migrantes.
“Los gobiernos de Europa creen que como somos pobres se nos va a olvidar, que no vamos a gritar y, si lo hacemos nadie nos va a oir, pero aquí estamos (en la primera Cumbre Mundial de Madres de Migrantes Desaparecidos): hicimos nuestra asociación y podemos pedir cuentas en Túnez, en Italia, en Europa y en América”.