El mundo islámico también es culpable.

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Autor: Sarbaz Roohulla Rezvi | Traducción: Rashida Jasso.

La horrible masacre de la mezquita de Al-Noor en Christchurch que nos sorprendió a todos, por supuesto fue placentera para algunos. Desde los movimientos de derecha de Estados Unidos al corazón negro del llamado continente verde, desde los fascistas blancos a los sionistas, de los extremistas hindúes con vestidos de azafrán a los budistas extremistas de Rakhine, todos han visto esas imágenes una y otra vez ridiculizando a los frívolos musulmanes que continúan tocando los ritmos de las diferencias árabe-no árabe, kurdo-turco, chií-sunita.

Los musulmanes también fuimos culpables por la propagación de la retórica islamófoba cuando todos aceptamos el discurso estadounidense de la «Guerra contra el terrorismo», ignorando que el discurso considera a todos y cada uno de los musulmanes, ya sean árabes o ajam (no árabes), kurdos o turcos, chiíes o sunitas; un terrorista en potencia. Comenzamos a culparnos unos a otros como terroristas ingenuamente, concibiendo que esto nos conseguiría respeto frente al mundo moderno como musulmanes no terroristas. Aquí la diversidad intrínseca entre los musulmanes, se reveló más como repulsión, odio y animosidad.

Los extremistas con diferentes antecedentes ideológicos nunca han sido atacados con el discurso del terrorismo hasta el año 2001, mientras que durante la segunda mitad del siglo XX, en la mayoría de las masacres ocurridas contra los musulmanes ninguno de los países occidentales consideraron a esos criminales como los terroristas contra los que el mundo tenía que unirse. El discurso del terrorismo comenzó cuando los grupos extremistas intentaron tomar represalias contra los Estados Unidos de la misma manera en que atacaban los territorios musulmanes; sin duda ambos discursos tuvieron que haber sido denunciados.

La nueva ola de islamofobia es el resultado de la hegemonía del discurso de la guerra contra el terrorismo que los países islámicos no pudieron evitar. Los musulmanes lo amplificaron y se los repitieron más que a otros, lo que resultó en una penetración generalizada del discurso en todo el mundo cuando los musulmanes lo repetíamos.

Esperemos que la sangre inocente de la mezquita Al-Noor de Christchurch haga que los países musulmanes revisen su actitud y les convenza de que no formen parte del sistema que reproduce la violencia contra los musulmanes inclinándose ante el discurso de guerra estadounidense contra el terrorismo. Esto, por supuesto, no significa que los partidarios del radicalismo entre los musulmanes no deban ser confrontados por ningún medio, pero tenemos que encontrar un discurso alternativo para combatirlos.