Después de todos los encabezados sobre la supuesta derrota del Isis, cualquiera que no crea una palabra de ello puede parecer un aguafiestas. Pero, siempre que leo que se ha declarado esa victoria –sea la “misión cumplida” de Bush o esa fantasía de que “el último bastión del Isis está a punto de caer”–, contengo el aliento. Porque uno puede apostar con seguridad a que no es cierto.
Y no es sólo porque los combates en torno a Baghouz continúan fuera de esa población en ruinas, sino porque quedan un montón de combatientes del Isis en armas y prestos a luchar en la provincia siria de Idlib, junto con sus camaradas de Hayat Tahrir al Sham, Al Nusra y Al Qaeda, casi rodeados por las tropas del gobierno sirio, pero con un estrecho corredor por el que podrían escapar hacia Turquía, siempre suponiendo que el sultán Erdogan los deje.
Hay puestos militares rusos dentro de las líneas frontales islamitas, junto con fuerzas turcas, pero el cese tentativo del fuego que se sostuvo durante cinco meses se ha vuelto mucho más endeble en las semanas pasadas.
Tal vez sea una falla de nuestra memoria institucional –o quizá es más sencillo apegarse a la historia más simple–, pero durante tres años Idlib ha sido el tiradero de todos los enemigos islamitas de Siria, o por lo menos de los antagonistas que no se rindieron cuando huyeron de las grandes ciudades sujetas al bombardeo sirio y ruso.
En septiembre pasado –aunque parecemos haberlo olvidado–, Trump y Naciones Unidas advertían de la inminente “batalla final” por Idlib, y dijeron temer que sirios y rusos usarían armas químicas en su asalto al Isis y compinches. Hasta el ejército sirio anunció el inminente conflicto, excepto la parte de las armas químicas, en un sitio militar llamado “Amanecer en Idlib”.
Sin embargo, yo hice un largo recorrido por las líneas frontales sirias en Idlib, desde la frontera turca y luego al sur, al este y al norte, hasta Alepo, y no vi convoyes de tanques ni transportes de tropas, pocos helicópteros sirios, ningún tren de suministros, y concluí –mientras continuaban las advertencias de extinción total– que esta “batalla final” estaba aún muy lejos de ocurrir.
El día que llegué al sur de Jisr al-Shungur, Al Nusra e Isis habían lanzado algunos obuses a las posiciones del ejército sirio y los sirios habían devuelto algunos proyectiles, pero eso fue todo.
Un complicado arreglo de tregua, con participación de turcos y rusos, consiguió frustrar la carnicería que todo mundo predecía.
Se habló mucho de que hombres del Isis, Al Nusra y Al Qaeda –algunos de los cuales son sauditas– habían sido enviados por los turcos hacia los páramos de Arabia Saudita por virtud de un acuerdo de paso libre, con el fin de ser “reeducados”. Siempre esperé que fuera en el terriblemente caluroso desierto de Rub al-Jali, donde su ardiente teología pudiera quedar achicharrada.
Pero siguen en Idlib, felices sin duda de escuchar que Occidente piensa que se ha anotado su “victoria final” sobre el Isis. Desde luego, la batalla por Baghouz siempre tiene la probabilidad de ganar titulares.
Los bombardeos estadunidenses y la presencia de los amigables (y muy valientes) kurdos hizo más accesible esta historia, aunque aún peligrosa. Y desvió la atención de otras preguntas; por ejemplo, quién inventó el título “Fuerzas Democráticas Sirias”, que de hecho son en su mayoría kurdas, muchos de cuyos miembros preferirían que no se les considere sirios, y nunca han disfrutado de una elección democrática en su vida.
Si en realidad los estadunidenses están marchándose al fin, los kurdos serán traicionados otra vez y dejados a merced de sus enemigos, sea el régimen turco o el sirio (con el cual tuvieron pláticas no muy exitosas el año pasado). Es buen momento, por tanto, para que los estadunidenses den por terminada su participación en las afueras de Baghouz –victoriosa, claro– y se larguen de allí. Con la esperanza de que el mundo se olvide de Idlib.
Pero no creo que lo olvide. La guerra en Siria no ha terminado, aunque eso crea el mundo (incluyendo, al parecer, al gobierno sirio). Idlib sigue siendo tierra de decenas de miles de refugiados, así como de legiones de combatientes, un lugar de miseria, de vías férreas destruidas y carreteras voladas en pedazos, y de grupos islamitas que a veces luchan entre sí con más entusiasmo del que emplean en combatir a los militares sirios.
Pero esta será la oportunidad de Rusia de mostrar que sabe cómo derrotar al Isis. Por supuesto, existen contactos entre Moscú y todos los grupos involucrados en la guerra en Siria. En los dos años pasados, combatientes del Isis salieron de ciudades sirias bajo protección militar rusa. Esto podría repetirse. Aún existe cierta probabilidad de que el isis, Al Nusra /Al Qaeda y sus camaradas puedan marcharse ilesos… aunque el tiempo sugiere que tal vez tengan que librar una última batalla de verdad por Idlib.
Pero, aun así, sería buena idea poner en pausa nuestros encabezados de “victoria”.
© The Independent Fuente: La Jornada
Autor: Robert Fisk | Traducción: Jorge Anaya